La propaganda de Iglesias

Nos ha sorprendido sobremanera los atuendos azabaches de Pablo Iglesias en la noche de ayer. La prensa ha desenfundado su castigador látigo adjetival. Y de nuevo, el alevín de Chávez logra su propósito: acaparar la atención mediática.

Hoy no se habla de cinematografía española; un cine español que ni es cine ni es español. Hoy —y por extensión, anoche— se habla de Pablo Iglesias.

No puede uno sino quitarse el sombrero ante tal sagacidad propagandística. El mismo anzuelo que con el bebé de Bescansa; la misma presa que entonces. La presa es, valga la paronimia, la prensa, que se hunde en descontroladas críticas al mismo tiempo que el foco de luz mediática alumbra —¡sorpresa!— la tez del megalómano.

Insisto: conseguir que la prensa liberaloide, que se muestra crítica contigo, te haga la propaganda es de una sagacidad política inusitada en estos lares. ¡Éso sí que es austeridad, Mariano! Loable, no cabe duda.

Ha dicho Jiménez Losantos, cuya prolífica labor periodística se basa en la sátira y la difamación en lugar de la crítica constructiva —raro será el día en que ésto suceda—, que el mundo del cine es el «el robo anual al plebeyo de millones de euros». Y razón no le falta. Pablo, sin embargo, no protesta por ello. Bien sabe que allí hay un séquito de fieles seguidores a los que debe complacer. Otra certera cita que también vi escrita en un pequeño periódico del norte de Madrid: «el cine español está lleno de rojos, incapaces de rodar nada aceptable».

Y todo esto lo escribo a ciegas, pues no he visto —tampoco haré el mínimo ademán de disponerme a ello— la gala de los Premios Goya. Me basta con imaginarme la indignación en que estallaría Francisco de Goya al arrostrar con su busto y nombre la entrega de tan renombrados premios como «reconocimiento» a un «arte» en suma corrompido. Yo me guardo, mientras tanto, con mis goyescas —esto es, artísticas— películas en blanco y negro. Aquéllo sí que era arte.

Diego Ayllón

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